La Vera Cruz bendice en el ritual del Conjuro los campos caravaqueños en el inicio de la primavera

La bendición de los cuatro puntos cardinales desde el deambulatorio es uno de los rituales más antiguos de los que se celebran en torno a la Vera Cruz. El origen del rito está en el sentido de protección frente a los fenómenos meteorológicos adversos que pudieran dañar las cosechas

Coincidiendo con el inicio de la primavera, al igual que ocurre con la llegada del otoño, tenía lugar este pasado viernes el acto de bendición de la naturaleza, uno de los rituales más antiguos de los que se celebran en torno a la Vera Cruz, junto al Baño de la Cruz y la bendición del vino y las flores. El acto tuvo lugar en la capilla de los Conjuros.

La ceremonia, de la que se tienen referencias ya en el siglo XVI, conserva desde entonces el sentido de protección de las cosechas frente a los fenómenos meteorológicos adversos que pudieran dañarlas, conjurando a los cuatro elementos de la naturaleza, agua, fuego, tierra y aire desde las cuatro ventanas con las que cuenta la capilla.

La bendición de la naturaleza consta de tres partes, como explica el rector de la Basílica, Emilio Andrés Sánchez Espín. “La primera se realiza en la iglesia, donde se hace una acción de gracias por la luz; el fuego, tomando esa luz del cirio Pascual”. Con esa llama se encienden dos velas que se portan en un candelabro hasta la capilla de los conjuros. Ya en ella, el sonido de la campana del conjuro marcaba a las 19:00 horas el inicio de la oración del Credo.  Posteriormente el sacerdote realizaba las oraciones desde las cuatro ventanas orientadas a norte, sur, oriente y occidente, inciensando y aspergiando.

En este punto la Cruz salía al deambulatorio y el rector recitaba en latín la oración que comienza con las palabras “Ecce Lignum crucis fugite partes abversae”, “he aquí el leño de la cruz, huir tempestades malignas”. Desde el deambulatorio, en torno a la bóveda de la Basílica, bendecía los cuatro puntos cardinales.

Terminada la bendición, en procesión se regresaba a la iglesia, donde tenía lugar una bendición final y los asistentes tuvieron la oportunidad de adorar la sagrada Reliquia.

Frente a granizadas, tormentas, vientos o lluvias torrenciales el sacerdote realizaba antaño el conjuro tres veces al día, por la mañana, al mediodía y al atardecer, durante los meses de primavera y otoño.

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